Sherlock Holmes es uno de los personajes más idolatrados e
imitados a lo largo de la historia de las historias. Sir Arthur Conan Doyle
creó a mediados de siglo XIX un personaje que daría mucho que hablar durante
los dos siglos siguientes, y lo que le queda. Su casa, en el 221b de Baker
Street, en Londres, es una de las más visitadas, cuando aparece una nueva
adaptación en cine, se convierte en una de las más taquilleras e incluso cuando
aparece una serie basada en él, al poco es una de las más vistas y comentadas.
Hace poco, hablando con una amiga, le dije que me gustaba Sherlock Holmes y que
me habían gustado las películas en las que lo interpreta Robert Downey Junior.
Ella me dijo que le parecían demasiado fantasiosas. Entonces, le expliqué que
son las que mejor adaptan las historias.
¿Cómo es Sherlock Holmes?
Holmes es un hombre joven, que trabaja como detective
asesor, un oficio que él mismo ha tenido que crear para ayudar a la mismísima
Scottland Yard a resolver misterios. Es inquieto, adicto a ciertas sustancias
que abren su mente, un ascético que puede pasar días sin comer cuando trabaja
porque la comida embota la mente, amante de la música (siempre acompañado por
su violín), curioso, es capaz de identificar varias decenas de tipos diferentes
de tierra que hay solo en Londres, conocer cientos de tipos diferentes de
tabaco, pero no conoce el funcionamiento del sistema solar porque eso poco
importa para la ciencia de la deducción. También es camaleónico, un maestro del
disfraz capaz de convertirse en un anciano o en una pobre lavandera para pasar
desapercibido entre el ajetreo de caballos y carruajes de Londres, o entre el
barullo de los viajantes que se acumulan en una estación de tren. Y sobre todo,
es impredecible. Le gusta verse acompañado por el doctor Watson, médico y
veterano de guerra que aguanta estoicamente sus excentricidades por el placer
de verse acompañado de alguien tan excepcional como Holmes. No le gusta la
esposa de Watson porque la ve como una amenaza. Le gusta Mycroft, su hermano de
mente más asombrosa que la suya pero intenciones más tranquilas. Le gusta Irene
Adler, su eterna relación amor-odio. Y sobre todo le gusta Moriarty, su eterna
relación admiración-rechazo. Quiere acabar con él, encerrarle, desmantelar su
organización, hacerle desaparecer… pero disfruta enormemente jugando con su
eterno enemigo, con una mente igual de asombrosa que la suya.
Así es Sherlock Holmes, el hombre capaz de poner en práctica
su método deductivo, la ciencia de la deducción, como él la llama.
Así es el personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle, que
tantas veces ha sido imitado, muchas veces mal y muchas veces bien, a lo largo
de los dos últimos siglos. El Holmes clásico, con gabardina, pipa, mirada
serena y su sempiterno “elemental, mi querido Watson”, es el falso, el mal
imitado. El Holmes que ha sido recuperado recientemente camaleónico, violín,
mirada inquieta y su eterno “ya conoce usted mis métodos, Watson, utilícelos”,
es el verdadero. Es Robert Downey Junior, es el doctor House y también es Benedict Cumberbatch a
medias.
Así es Sherlock Holmes, señoras y señores, y por mi parte,
le seguiré la pista a este personaje tan clásico y a la vez tan sorprendente.
Ustedes conocen sus métodos.
Utilícenlos.